lunes, diciembre 26, 2005

Cerrado por vacaciones

O debería decir justo lo contrario: como se me han acabado las "vacaciones" de las que disfrutaba al otro lado del Atlántico, el blog estará huerfano de nuevas entradas al menos un par de semanas, hasta que consiga adaptarme al nuevo ritmo de vida que marca el mundo real.

Como todo en la vida, esta declaración de intenciones es susceptible de cambio, pero creo que es lo más razonable en estos momentos. Carezco del tiempo necesario para escribir algo mínimamente aceptable y me tomo un descanso.

Espero volver con la misma frecuencia de siempre a partir de mediados de enero. Hasta entonces, si no nos vemos o hablamos antes, os deseo a todos un Feliz 2006!

jueves, diciembre 22, 2005

Buscando “oro” bajo el Puente de Rande

Tras mucho cavilar (5 minutos aprox.) he tomado la decisión de cambiar el apellido del blog por el título que acompaña a este post. California queda ya muy lejos, a pesar de que llevo tan solo dos días en casa, y mi morada provisional en el hogar familiar vigués está mucho más cerca del Puente de Rande que de cualquier otro lugar.

La búsqueda del “oro”, o la felicidad, como ya he explicado en una entrada anterior, es un camino infinito, aunque alcanzable por etapas. El viernes próximo volveré a cruzar el Puente de Rande [lafiebredeloro.blogspot.com], volveré a recorrer los 155 kms. de asfalto entre mis dos ciudades preferidas y volveré, también, a experimentar esa sensación de felicidad cuando baje la ventanilla, haga frío o calor, y sienta la brisa marina de la Ría, a 50 por hora, con la recuperada y pretendida melena al viento, la sonrisa de oreja a oreja y la música a todo volumen. Un poquito más de “oro” para mí.


A mi compañera de apartamento -roommate en inglés a pesar de que no compartíamos habitación, tan solo baño- en San Diego, Judith, le hacía gracia cuando yo caminaba dando saltos de alegría, porque el semáforo había tardado “poco” en permitirnos cruzar la avenida de camino al gimnasio; o cuando rompía a reír, vociferando por teléfono mientras hablaba con mis amigos vigueses; o cuando empezaba a dar palmas y gritos, a modo de entrenador de fútbol animando a sus chavales antes de un partido, ante la inminente juerga nocturna... Decía que me faltaba un tornillo, pero en realidad sé que le encantaba, si bien nunca me creía cuando le juraba y perjuraba que todos los españoles somos así, “gente rara” que se pasa parte del día dando saltos, pegando voces, cantando y haciendo el tonto a la menor ocasión... Obviamente no somos todos así, ni siquiera yo... Ella, si había alguien desconocido delante, siempre decía lo mismo, a la vez que movía los hombros con un gesto de supuesta incomprensión: “This is my roommate”.

La realidad es que su roommate no estaba ni está precisamente "loco", o al menos no más que la mayoría, pero sí es/soy (no voy a hablar de mi mismo en tercera persona) un tipo de sonrisa fácil, al que no le cuesta nada alegrarse con los pequeños detalles de cada día, en ocasiones perdiendo un poco las formas. Al fin y al cabo, si no pudiera hacer el tonto a miles de kilómetros, en California, volviendo a la universidad tras 4 años, dónde iba a hacerlo? Era normal estar (casi) siempre contento, con las gafas de sol y la novedad continúa de estar en un país diferente, alejado del trabajo y la rutina, yendo a la playa y caminando por el campus, viviendo la noche californiana o disfrutando de las veladas de Newport Place...


El volver a casa tras tanto tiempo no ha sido, por ahora y extrañamente, algo especialmente traumático ni complicado. Ya he dicho que suelen gustarme los cambios y, en cierta forma, mucho ha cambiado también a este lado del Océano. En 4 meses todo es susceptible de evolucionar, desaparecer, nacer... Si hasta contamos con un nuevo canal de televisión -4-! (Iñaki, en la radio lo hacías mejor) Ver la tele en español, no en inglés o mexicano, es toda una novedad, algo impactante, creedme.

Tan solo dos días en Vigo, los cuales me he pasado durmiendo, tras el largo viaje; comiendo con la pandilla/equipo de baloncesto vigués, el cual vino en pleno a recogerme al aeropuerto; hablando por teléfono en conversaciones interminables, con toda esa gente con la que no conversaba desde agosto o más allá; intentando localizar mi enorme maleta, por supuesto extraviada en alguna conexión, y llena de libros, ropa y regalos; y en la oficina, en la obligada vuelta al trabajo. "4ocho" horas no dan para mucho más, aunque sí para descubrir con cierto horror que no soy el único buscando oro bajo el Puente de Rande.

En alguna de mis primeras, e interminables, conversaciones telefónicas de estos dos días, alguien me comentó la noticia: Una expedición rusa está buscando el oro bajo el Puente. Lo he confirmado hace unas pocas horas, tras un veloz viaje a través del infinito repositorio de conocimiento del universo internet: Después de tres siglos tras el oro perdido, una consorcio ruso está dispuesto a invertir 230 millones de euros en su búsqueda de “El Dorado” [lavozdegalicia.es].

Yo les prevengo, señores provenientes del frío invierno de la madre Rusia, de que el “oro” bajo el Puente de Rande, uno de los 10 tesoros más buscados [elmundo.es], me pertenece. Da igual cómo intenten localizarlo, la cantidad de recursos que empleen o el empeño que pongan en ello. Ese “oro” ha estado esperándome durante más de 300 años y seguirá, si es necesario, en ese estado, expectante como yo, otros tantos. Ése es "mi tesoro", es mío, me pertenece.

sábado, diciembre 17, 2005

Vuelvo a casa por Navidad

Me quedan ya pocas horas en San Diego, en menos de 24 estaré en un avión destino a Chicago, después Londrés y finalmente Santiago, donde aterrizaré alrededor de las dos y media del lunes, si no ocurre nada raro con el tiempo o las conexiones, lo que ya sería extraño de por sí.


Como el del anuncio del turrón, llegaré a casa para Navidad. Tras cuatro meses en el sur de California, me va a resultar enormemente complicado volver a la oficina el martes capeando el frío y la lluvia. Este año mi verano ha durado más de la cuenta, y vuelvo a casa en la peor época para aclimatarme con rapidez, con el jetlag como carga añadida durante la primera semana. Sin embargo, no puedo negar que tengo unas ganas horribles de aterrizar en la Terriña el lunes. Demasiado tiempo sin ver a gente que quiero, demasiado tiempo lejos del hogar...


Para ir adelantando mi vuelta a la normalidad, mientras escribo estas líneas escucho el Celta-Dépor en la radio, vía internet. 0-3 al descanso, creo que este año nos vuelven a ganar... A pesar de declararme vigués-coruñés, tantos años en Coruña han servido para modificar notablemente mi opinión sobre el equipo blanquiazul. En el pasado me hubiera gustado que Djukic anotase el famoso penalti, y ahora quiero que pierdan hasta en los entrenamientos. El último año en Coruña, viviendo a 200 metros del estadio, cada partido de Champions me obligaba a buscar aparcamiento durante más de 1 hora, así que me alegré doblemente cuando los echaron.


Pero esta entrada no es para hablar del derbi (sobre todo de éste), ni tampoco de la rivalidad futbolística entre mis dos ciudades, sino para despedir mi estancia blogera en San Diego. Se ha quedado en el tintero un post, anunciado por mí hace unas semanas, Homeless, el cual escribiré ya desde mi morada viguesa. Después de esa última entrada de mi etapa californiana, al menos habrá otro más sobre la búsqueda del oro.


Tal vez sería menester dedicar estas líneas a hacer balance de mis 17 semanas al borde del Pacífico, pero prefiero hacerlo cuando no tenga tan presente este sentimiento, una sensación extraña de alegría-tristeza habitual en momentos de final de un ciclo y comienzo de otro. Como decía, quiero volver a casa, realmente creo que he aprovechado mi tiempo aquí, y ha sido válido incluso para disfrutar de una perspectiva diferente sobre muchas cuestiones de ese lado nuestro del Atlántico. Le pediría a toda mi gente un poco de paciencia para aguantarme los primeros días, porque mi carácter será necesariamente menos afable de lo normal.


Cómo seguirá esta búsqueda mía del oro? Cambiará el nombre del blog? Desaparecerá tras las dos siguientes historias?


Por partes, la búsqueda del oro no es más que la búsqueda de la felicidad, algo tan sencillo de entender como complicado de explicar. Como le escribía a mi hermanita en aquella carta [blogspot.com]que algunos recordaréis, "La felicidad la llevas dentro. Es infinita, nunca la sacarás toda, ni nunca debes dejar de creer en que serás capaz de conseguir más". No voy a traicionar mis propias palabras. Vuelvo con más ilusión y ganas de vivir de las que tenía al marcharme. Han cambiado muchas cosas en casa, más de las que podría haber imaginado antes de irme, y a mí los cambios me suelen sentar bien, una vez que los digiero.


El nombre del blog seguirá igual, aunque no así el "apellido". No tendría sentido mantener California como el lugar de búsqueda, quedaría algo lejos... Tampoco sería razonable cambiar su apellido y dejarlo morir, me ha gustado la experiencia de escribir en público. Aunque será más complicado hacerlo desde casa, continuaré mientras tenga algo que decir y tiempo para hacerlo.


Confío en que todos los que hayáis seguido este diario hayáis disfrutado, aprendiendo algo sobre USA y sus particularidades. Como mínimo, ahora me conocéis un poquito mejor, porque al fin y al cabo, este diario es exactamente como yo: tedioso, divertido, auténtico, somnoliento, sincero... o cualquier otra cosa, según para quien dependiendo del momento. Sea como fuere, éste soy yo, para bien o para mal. Os doy las gracias, y a la gran mayoría espero veros en breves fechas. Ir sacando el cava de la nevera, yo me encargaré de descorcharlo apuntando a la lámpara de siempre..

viernes, diciembre 16, 2005

Vendedores de karma

Hace ya algunas semanas, cuando me dirigía a toda prisa a la parada del bus tras un típico día en la biblioteca del campus, un tipo alto y desgarbado, de pelo negro y rizo, luciendo una sonrisa amplia y generosa, me paró con el típico saludo: “How are you doing men?!”, a lo que añadió: “Hey, I like your hair style!”. Como no, me hizo gracia un comentario como aquél, así que me reí y lo saludé al modo clásico de la mayoría de los yankies (la casuística de saludos da para otra historia). No recuerdo su nombre, aunque sí que su indumentaria no casaba ni de lejos con los patrones habituales. Obviamente, no era americano, ni posiblemente estudiaba en el campus. Y en cuanto le dije que era español comenzó a hablar en el idioma de Cervantes con asombrosa correción, a interesarse por lo que hacía en San Diego, a mover la cabeza asertivamente ante mis respuestas... En resumen, se estaba haciendo "el majo" por algún motivo, o eso pensaba yo, mientras jugaba conmigo mismo a adivinar de qué iba todo aquello, le sonreía educadamente, intentaba escuchar lo que decía y lo miraba de arriba abajo con cierto disimulo y enorme curiosidad.

Si fuera estadounidense, el saludo, aquel comentario sobre mi pelo o cualquier otra cuestión similar, podría ser tan natural y falto de interés como el “Me gusta tu camiseta” de hace unos cuantos posts, pero en aquella ocasión era diferente. De cualquier forma, no me dio demasiado tiempo para intentar descubrir nada por mí mismo, porque rápidamente me explicó que era brasileño y viajaba por todo el mundo como “monje”.

“Sabes lo qué es el karma”, preguntó mientras alargaba uno de sus brazos para sacar un libro de la mochila estilo hippie que le colgaba del hombro. En ese preciso momento, la necesidad de no perder el bus y mi enorme curiosidad antropo-sociológica tuvieron un encontronazo de fatales consecuencias para la recogida de datos del experimento al que el monje estaba siendo sometido sin saberlo. Con esas palabras, y la ostensible forma de ofrecerme el libro de karma que sostenía en sus manos, el monje brasileño había desvelado parcialmente el misterio y saciado, también parcialmente, mi hambre de conocimiento sobre la naturaleza de aquel encuentro. Quería venderme un libro. Suficiente para explicarle cortesmente que iba a perder el autobús, excusarme y salir corriendo hacia la parada.

Sinceramente, si hubiera tenido algo de tiempo me hubiera quedado charlando con él. Era un tío simpático, y seguramente tendría un montón de anécdotas curiosas de las que me gusta guardar en mi memoria para poder utilizarlas cuando la ocasión lo requiere, por ejemplo en este blog. Con toda seguridad le hubiera comprado el libro tras un par más de minutos de charla. Al fin y al cabo, siempre me han gustado los vendedores de karma.


En cuanto subí al bus, jadeando por la carrera, empecé a pensar en esta entrada. En los treintamuchos minutos que separan el campus del cruce de la C con la 12th, me dio tiempo a esbozar el post en mi cabeza. En cuanto me senté en la parte de atrás del autobús, ví mi cara reflejada en el espejo creado por la oscuridad de la noche en la luna del lado opuesto, y al instante me ví también frente a otro espejo, con 22 años, en una pequeño tienda de trajes del Calvario -barrio vigués- el día antes de mi ceremonia de graduación.


El mismo día por la mañana había subido a un tren en Coruña para recorrer el corredor Atlántico sobre el que tanto he escrito. Tenía que recoger a mi madre y a mi hermanita, es decir, conducir el coche familiar de Vigo a Coruña al día siguiente, para poder llevarlas y llevame al acto de graduación de mi promoción en la Facultad (FIC). A mi madre tampoco le gusta nada conducir, y no lo hace fuera de ciudad a no ser que sea imposible evitarlo. Supongo que esa falta de emoción ante los anuncios de “Me gusta conducir” -BMW- me la habrá transmitido genéticamente...


La dueña de la tienda de trajes era una vendedora de karma profesional. Curiosamente, también provenía de Sudamérica, al igual que el monje. No tardó ni diez minutos en seducirme con sus interesantes comentarios y adornadas preguntas, bien aliñados por numerosos consejos sobre la combinación de traje, camisa y corbata necesaria para dar el pego mientras recitase mi discurso la tarde siguiente. Ante el espejo, no dudé en llamar a Bouzadita para preguntarle si “con chaleco” o “sin chaleco”. “Con chaleco, es imprescidible llevarlo cuando estés desayunando a los 7 de la mañana tras la borrachera de la fiesta después de la cena de graduación. Los camareros te verán con mejores ojos y, sobre todo, así no te invitarán a dejar el local.”

Antes de comprame traje, camisa y corbata, salí un rato a la calle, eché un vistazo en alguna otra tienda y volví, tras 15 minutos, con el dinero en efectivo recién sacado del cajero para ahorrarle la comisión de la VISA a mi seductora vendedora de trajes. Se lo había ganado.


Un par de años después, me llevé a Bouzadita a la misma tienda, para que experimentase por si mismo la maravillosa sensación de ser seducido por una cincuentona. Por desgracia, la dueña de la tienda no me recordaba, y sus comentarios, preguntas y sugerencias eran los mismos, o muy similares, a los formulados años atrás. Admiro a los vendedores de karma, pero en las reglas básicas de cualquier seductor está escrito en letras de oro la regla básica de no repetir la misma historia dos veces con la misma víctima. La creatividad, así como la buena memoria, es una necesidad, sino una obligación, para cualquiera de los participantes en estos juegos. Nos fuimos, y mi segundo traje me lo compré en cualquier otro sitio.


En cuanto me bajé del bus, en el cruce citado hace unas líneas, a poco más de 200 metros de Newport Place, seguía ensimismado en mis recuerdos, repasando con calma la lista de mis vendedores de karma preferidos. El mejor de todos ellos, sin duda alguna, no es un personaje de carne y hueso, sino el protagonista de una de mis películas preferidas, la cual reponían de forma más o menos periódica hace unos años en La 2. El filme no es otro que Cadillac Man [imdb.com], protagonizado por un inigualable Robin Williams en el papel de un exitoso vendedor de coches de segunda mano, padre de familia y ex-marido frustrado, quien se ve envuelto durante unas horas en una situación tan extraña e increíble como la vida misma, actuando como negociador ante un secuestrador-marido-cornudo, ingenuo personaje protagonizada por Tim Robbins.


Para aquellos seductores, capaces de ganarse la vida únicamente con la palabra. Para esos vendedores de karma que viajan por el mundo con una mochila llena de libros, y se enfrentan a la vida con las manos desnudas. Para los de sonrisa amplia y verbo fluido. Para todos ellos, personajes a quienes admiro y estudio con infinita curiosidad y absoluto respecto, va dedicado este post, uno de los últimos de mi periplo yankie en la búsqueda del oro.


miércoles, diciembre 14, 2005

Pena de muerte

Un par de semanas antes de despegar hacia San Diego salí en Pontevedra con unos amigos. Ante lo inminente de mi marcha, uno de ellos consideró adecuado conseguir información verídica sobre como sería mi experiencia estadounidense, para lo cual no hizo otra cosa que sumar al grupo a un tío de Los Ángeles que se encontró en el baño de un pub.

El yankie estaba asustado, como no podría ser de otra forma cuando se apagan las luces en un baño, alguien reconoce tu acento del otro lado del océano y te invita a tomar una copa con un grupo de españolitos del norte, con la excusa de uno que se va para tu tierra yankie (Loren, de verdad haces cosas increíbles). Tras unos minutos con el susto inicial, se dio cuenta de que no pretendíamos de él más que algunos tips sobre la Coste Oeste de USA. Se quedó con nosotros un buen rato, nos hizo reír y además me dio unos cuantos buenos consejos que he intentado seguir en la medida de lo posible, aunque no me he comprado el skate...

Uno de aquellos avisos, quizas el unico "serio", era no entablar discusiones sobre política o religión en USA. La verdad, no he tenido conversaciones demasiado profundas con yankies, y en las pocas realmente largas casi nunca he tocado temas de esa naturaleza. Aun así, sí he podido comprobar como mucha gente se preocupa y manifiesta a favor o en contra de lo que considera justo, como sucedió en el referéndum para modificar, indirectamente, la ley del aborto, hace un par de meses, o como ha sucedido de nuevo con la última ejecución en el Estado de California.

El condenado en cuestión, ejecutado vía inyección letal justo tras la medionache de esta pasada madrugada, había sido cofundador de una sangrienta banda de gangsters -llamada Crips- en los 70, y estaba en el corredor de la muerte tras ser acusado en 1979 del asesinato de 4 personas en la ciudad de LA. Su nombre, Stanley Tookie Williams. Su edad, 51 años. Más de la mitad de su vida en prisión esperando ser ejecutado. Se declaró inocente hasta el final, a pesar de que si hubiera admitido ser culpable habría salvado la vida. Escribía cuentos para ninhos. Prevenía a los jóvenes de unirse a bandas siguiendo sus pasos, negando la validez de cualquier tipo de violencia. Posiblemente no se mereciese el Premio Nobel de la Paz, ni que lo arropasen por las noches cantándonle nanas, pero sí clemencia. El gobernador de California, A. Schwarzenegger, a quien me he referido en muchas ocasiones en tono jocoso en este blog, se la negó. Sólo le faltó apretar personalmente el botón que activa la inoculación del veneno.

En Europa, los políticos han criticado duramente a Schwarzie. En la ciudad donde nació, Graz (Austria), han propuesto (sin éxito) cambiar el nombre del estadio "A. Schwarzenegger" por "Stanley Tookie Williams". En Francia lo han acusado de "bárbaro", de "tener músculos, pero no corazón", muy a cuento de su historia cinematrográfica. Yo, dicho de forma suave, opino que se ha equivocado, no solo porque la pena de muerte me parezca un acto de barbarie indigno de un ser humano, sino también porque Stanley Tookie Williams era un hombre arrepentido que podría haber influenciado positivamente a otros para no seguir su ejemplo. Desde luego, a los 51 años no era la misma persona que cuando fue condenado con 26.

Sólo en LA han muerto en lo que va de año 210 personas [signonsandiego.com] en crímenes relacionados con gangsters, aproxidamente un 30% mas que el año pasado. En el mundo civilizado, al otro lado del Océano, la pena de muerte fue abolida, por lo general, hace más de 2 décadas. En USA, la primera potencia económica del mundo (también primera en gasto en "defensa" y contaminación ambiental) y tierra de oportunidades para muchos, sigue vigente en un elevado numero de estados, incluso en uno supuestamente progresista como California, a pesar de la continua polémica al respecto.

No todos los americanos están a favor de la pena de muerte, ni siquiera todos aquellos que votaron por Governator en las últimas elecciones, igual que no están en contra todos nuestros paisanos. En Galicia gobernó durante más de una decada alguien que firmaba penas de muerte a finales de los 70. No somos mejores ni peores que nadie, pero en momentos como este uno se alegra de ser vigués-coruñés, gallego, español, europeo...

Hace muchos meses, cenando con una antigua amiga, ya tras la primera copa de vino discutíamos acaloramente sobre la pena de muerte. Yo estoy en contra, independientemente de las circunstancias. Datar la fecha de muerte de una persona es el acto más indigno, cruel e intolerable posible. Genera más violencia, justificando otros asesinatos. Nos hace peores, nos hace volver a un pasado al que no queremos ni debemos volver...

No pretendo con esta entrada redactar un alegato en contra de la pena de muerte, ni tampoco homenajear a nadie, asesino o no hace más de un cuarto de siglo, pero tampoco quiero ni puedo permanecer en silencio: Schwarzie, la próxima vez olvída tu pasado en películas sangrientas (te recuerdo que en ellas la gente se muere "de mentira") y muestra algo de compasión. Demuestra ser una persona de carne y hueso. Tal vez así dejen de llamarte Governator...


Correción:
Efectivamente, como alguno de mis lectores ha apuntado, Fraga jamás firmó sentencias de muerte. En todos los casos fue Franco quien se encargó de hacerlo. Sí es cierto que nuestro ex-presidente nunca ha condenado estas actividades de la dictadura franquista.
Tiene otros méritos en su haber, como el famoso baño-farsa radioactivo en Palomares, o la represión salvaje de manifestantes mientras era Ministro de Interior ("La calle es mía") de Arias Navarro, pero ha sido un error el responsabilizarle de firmar sentencias de muerte. Mis disculpas.

lunes, diciembre 12, 2005

Hollywood forever

Disfrutando del café de Starbucks, una cadena de cafeterías onmipresentes en USA, es sencillo notar el aviso impreso en cada una de las agarraderas de cartón para coger la taza: "La bebida que va a ingerir se sirve extremadamente caliente" (traducción libre). Tal vez os suene el nombre de la cadena de cafeterías porque en la segunda película de la serie de Austin Powers (Mike Myers [imdb.com]), The spy who shagged me, "número dos" le explica al Dr. Evil cómo su inversión en una pequeña cafetería se ha convertido en un negocio extremadamente rentable, por supuesto llamado Starbucks. El warning citado tiene una razón de ser, alguien se quemó hace un tiempo bebiendo café y denunció a la compañía por no avisar de que la bebida estaba caliente. Creo que ganó y se llevó una buena indemnización. Ya sé, están locos estos romanos, pero así es USA.

Imitando a los excaldadores de lenguas y paladares, preveyendo que me pudiera suceder algo similar con el blog, quiero lanzar un aviso a navegantes sobre esta historia:
Si usted siente un profundo respecto por los muertos, los cementarios o cualquier otra cuestión relacionada, tal vez pueda ver herida su sensibilidad al leer este post, así que le recomiendo dejar la lectura en este punto y emplear su tiempo en algo más interesante, como por ejemplo secarse el pelo, lavarse los dientes o la extendida costumbre nacional de leer el Marca.

En nuestro viaje a Los Ángeles (LA) de este fin de semana, nos alojamos en un motel típico presente en cualquier película yankie situado en el corazón de Hollywood, muy cerca del Kodak Theatre -donde se entregan los Oscar-, de los estudios de la Paramount o de Hollywood forever. Con ese nombre, lógicamente, como habréis adivinado, éste último no podía tratarse sino de un cementario, en este caso de teóricas estrellas del celuloide y/o personas prominentes en la industria del entretenimiento.

A mí nunca me han gustado los cementerios, por lo que no los piso más que cuando es obligado por alguna tragedia de las que nadie gusta. Hasta aquí como casi todos, supongo. En mi caso particular, además, nunca he ido a "visitar" a nadie al camposanto. Ni para llevar flores, ni para recordar, ni para tener una charla con el más allá, ni para nada. Lo considero algo totalmente falto de sentido común y sobrado de masoquismo. No es que no haya perdido a nadie al que eche de menos, sí ha pasado, pero los velatorios, las visitas a los cementarios el 1 de noviembre, el enterrar a los muertos en una caja de madera, las piedras con su nombre... No soporto estas costumbres tan arraigadas ni el halo de pena y depresión que las rodea.

Centrándonos simplemente en esos reductos repletos de cajas de madera bajo tierra con osamentos o cuerpos en descomposición, he de decir que el tétrico paseo a lo largo y ancho del mausoleo de estrellas hollywoodiense en busca de algún nombre popular no tuvo demasiado éxito. La única tumba de alguien conocido que encontramos fue la del guitarrista de Los Ramones. Como no, en lugar de una piedra al estilo clásico contaba con una estatua de sí mismo tocando la guitarra.

Alguna gente no se conforma con vivir su vida y quiere extender su recuerdo o su presencia todavía más allá, hasta el infinito. En contraste con la multitud de tumbas con una simple losa con un nombre grabado, se erigen en este camposanto de estrellas una no menos numerosa cantidad monumentos para la eterna memoria de sus silenciosos habitantes. Alguno de los cuales ocupa, por cierto, más de los 90 metros cuadrados de mi piso vigués. No sé cómo se puede compatibilizar la ley de los minipisos con estos campos de fútbol mortuorios...

Desde las ocurrentes y prácticas losas en forma de banco, para que los allegados o cualquier otro pueda sentarse a charlar con algún fantasma, pasando por las minipirámides, hasta los enormes estanques... todo es digno de ser retratado. Cruzando el minipuente sobre uno de los estanques, a Jota casi le da un ataque cuando se vio sorprendido por el "primo de Zumosol" de Nemo, es decir, un pez de colores del tamaño de Moby Dick, sin duda familiar cercano del protagonista de la película de animación de hace un par de años. Supongo que los cisnes negros que nos encontramos más adelante tendrían algún parentesco con el Patito Feo, Donald Duck o el Tío Gilito...

Como extravagancia final de la historia, aprovechando la relativa corta extensión de este post, dejo por escrito mis deseos para el momento de la despedida:

En primer lugar, en lugar de velatorio de cuerpo presente y llantos por doquier, cuando me toque irme espero que mis amigos tengan la decencia de despedirme entre cervezas, whiskies o vaso de agua con gas, eso sí, entre sonoras carcajadas. "La jugada 48", "el baile del cinturón", "pamelamelapone" -nombre de nuestra radio de acampadas adolescentes-... Cualquier de estas historias servirá. Ante todo, risas, por favor.

En segundo lugar, por favor, nada de estanques, monumentos, estatuas, patos o peces de colores para mí. Tampoco quiero ornamentadas cajas de madera con acolchados espacios interiores. Creedme, no los voy a valorar. Tras ser incinerado, una de dos, o se arrojan mis cenizas desde el Puente de Rande a La Ría de Vigo, o se utilizan en el crecimiento de alguna especie arborea típica de La Terriña (originaria, eucaliptos no).

Acabando, dejadme que os diga que siento respeto por la muerte. No podría ser de otra forma en un adicto a la vida como yo. En cualquier caso, como a todos nos va a tocar, me conformo con que los sucesos trágicos se vayan sucediendo de la forma más ordenada posible. Es decir, de mayor a menor edad. Tengamos la muerte presente como un motivo para disfrutar lo más posible de cada día.

martes, diciembre 06, 2005

27

He estado pensando durante horas sobre qué escribir en mi veintisiete cumpleaños. Sobre cómo veía el mundo antes de llegar a los 20, sobre qué esperaba de mi vida futura por aquella época, sobre cómo ha ido cambiando mi visión de las cosas, sobre a lo que aspiro a partir de ahora... Pero, por qué debería hacerlo precisamente hoy? La verdad, nunca le he dado demasiada importancia al día de mi cumpleaños.

He pasado muchos fuera de casa, o al menos lejos de mi casa viguesa . Es algo extraño, porque el haber nacido el Día de la Constitución garantiza no trabajar o ir a clase ese día, e incluso algún tipo de macropuente como el que se vive en España esta semana. Haber nacido tal día como el 6 de diciembre del 78 debería posibilitar el pasar cada cumpleaños con quien uno quiera y donde uno quiera, pero yo he pasado muchos de ellos lejos de mi family. Éste no es distinto, aunque por esta vez tengo un buen motivo, un continente y un océano de distancia. En realidad, no considero este día como algo especial, ni para estar necesariamente con la familia.

Eso no significa que no considere ciertos días especiales, para pasarlos con la familia y amigos. Me resultaría complicado vivir la Navidad lejos de mi familia, o Fin de Año sin ver a mis amigos vigueses. Son tradiciones, o costumbres, que me gustan, y espero poder conservarlas mucho tiempo.

El no considerar especial el día del cumpleaños no es tampoco porque no me guste recibir regalos, o porque no soporte cumplir años. Me encanta recibir regalos. Cada vez que alguien me recuerda que Papá Noel (Santa Claus) fue una creación de Coca-Cola, yo siempre digo lo mismo: "Por qué no crean otro? Deberíamos exigirles que inventasen otro personaje dedicado a llevar regalos de casa en casa" Al fin y al cabo, no se trata sólo de recibir regalos, sino también de los motivos para regalar, de quien los hace, de tomarlo como una excusa para reunirse... Además, no tengo ningún tipo de problema al ver como los números a escribir en la casilla "edad" de cualquier formulario van creciendo inexorablemente. De vez en cuando me gustaría volver a los 18, o a cualquier edad anterior a la actual con lo que sé ahora, pero como no se puede, me dedico a crecer sin más, con naturalidad y con alegría. Acaso hay alguna otra forma? Eso sí, no garantizo alegrarme al pasar del 2 al 3. Los treinta son otra cosa, o eso dicen...

Lo mejor del día de mi cumpleaños es que me sirve de excusa para reunir a unas cuantas personas a las que quiero. Normalmente no el mismo día, sino el fin de semana anterior o el siguiente. Cuanto más años pasan más complicado es juntar a la pandilla. Por suerte, Pablito cumple el día siguiente al mío, y entre los dos somos lo suficientemente pesados como para chantajear emocionalmente al resto y convencerlos para cenar juntos cualquier día. Este año no será distinto, aunque sí un poquito más tarde, cuando vuelva.

No acostumbro tampoco a celebrar nada o a hacer algo especial el mismo día . Prefiero pensar que puedo hacerlo cualquier día del año, sin motivo ni previo aviso, simplemente porque sí. Mañana, 6 de diciembre en USA, tengo un meeting para finalizar la presentación del miércoles. Será un día como otro cualquiera por aquí.

Con todo, a pesar de lo dicho, estoy aquí sentado escribiendo algo en mi blog, y el único motivo es el número 27 en el casillero. La verdad, nunca había estado tan lejos de casa cumpliendo años. A estas horas, si estuviera en España, habría recibido una llamada de mi madre y mi hermanita diciendo algo así como: "Javi, felicidades, tienes que estar contento, es tu cumple!". En esta ocasión, tocará unas horas más tarde.

Con respecto a mí, me regalaré una cantidad de tiempo razonable para escribir un par de entradas más en el blog antes de volver a casa. Hay dos historias a las que llevo dando vueltas las últimas semanas. "Vendedores de karma" y "Homeless" verán la luz en los próximos días, en cuanto reuna la cantidad de espacio-tiempo suficiente para redactar algo decente que finiquite mi periplo blogero en San Diego.

lunes, diciembre 05, 2005

Sin City

Recogimos el coche alquilado en el aeropuerto de San Diego alrededor de las 17:30 de la tarde del jueves, y lo devolvimos exactamente 20 minutos antes de cumplir 72 horas con él. Media hora más hubiera significado pagar un día más de coche, algo impensable para nuestros maltratados bolsillos tras pasar por la "ciudad del pecado".

El inicio del viaje me recordó en cierta forma a un road trip hace 6 años de Cork a Dublín por las pésimas carreteras irlandesas. En aquella ocasión éramos 7 españoles y españolas entre 17 y 21 años, en dos coches alquilados con mi tarjeta de crédito. Mi coche lo conducía con las rodillas un navarro de 20 años, porque sus dos manos estaban ocupadas en liarse para un "porro" que, decía, le ayudaba a mantenerse despierto. Sus gafas de sol ocultaban sus ojeras y cara de resaca por la noche anterior... Cuánto me hubiera gustado tener un blog para contarlo en aquel momento.

Cuando recogimos el coche, los de dollar.com no se creían que fuéramos capaces de conducir 10 horas desde las 6 de la tarde para llegar antes del amanecer a Grand Canyon. Las carcajadas del personal tras la barra no presagiaban nada bueno, sobre todo porque una parte del viaje me tocaba conducir a mí... En todo caso, a pesar de perdernos, servir de medio involuntario para el suicidio de un conejo blanco oriundo de Arizona y ocupar el carril contrario durante más de 6 millas, conseguimos llegar a Gran Canyon con el tiempo suficiente para dormir 2 horas y fotografiar el amanecer de ese gran agujero en medio del desierto. Si fuera por mí, hubiéramos salido la mañana siguiente para verlo después de comer, pero Jota quería fotos de la salida de sol... Después de dormir otro par de horas hicimos otro montón de fotos que podréis ver en flickr.

Pocas horas después estábamos en Las Vegas. Habíamos reservado una habitación en el mítico y antiguo hotel-casino Tropicana, además de entradas para el clubbing del jueves y viernes. No hace falta pasar más de unas pocas horas en Sin City para entender el porqué de este nombre: innumerables casinos a uno y otro lado del strip, empleados de clubes de strip-tease repartiendo tarjetas, capillas para casarse en 10 minutos vistiendo cual Elvis... "Mucho vicio", como diría algún amigote mío.

Los que reparten tarjetas de clubes de strip-tease no cejan de jugar con ellas en sus manos manos mientras permanecen de pie en las aceras. El inconfundible chasquido las tarjetas al chocar unas con otras se confunde con el hilo musical de los casinos. Los anuncios de shows en pantallas gigantes iluminan la noche de la ciudad en medio del desierto, más que todas las estrellas del impresionante cielo de Arizona en Gran Canyon. El bullicio de la multitud yendo de un lado para otro buscando algún lugar donde probar fortuna recuerda el principal motivo para visitar Las Vegas.

Nosotros no jugamos demasiado, 45 dólares fueron suficientes para pasar unos minutos activando la palanca de una antigua tragaperras y ser invitados a una cerveza mientras nos sentábamos a ver girar la ruleta. Mis 30 dólares duraron exactamente 3 minutos. Jota con 10 fue capaz de ganar algo de dinero antes de volver a perderlo y llevarse una ficha de 5 bucks de recuerdo.

Tras pasearme por más de una docena de casinos, puedo decir que disfutar de las ambientaciones de algunos de ellos son un motivo en sí mismo para la visita. "New York, New York", "Luxor", "Paris", "Bellagio", "MGM"... Como queríamos ver no solo el interior sino the whole picture, subimos en el ascensor más rápido del mundo para elevarnos más de 200 metros sobre el estado de Nevada y poder contemplar su extensión hasta las montañas.

Además de la vista tras el cristal, pagamos unos dólares más y desafíamos nuestro vértigo para ser suspendidos sobre el vacío a esos más de 200 metros del suelo, sólo sujetos a una silla por la cintura, mientras la atracción "Insanity" (locura) daba vueltas y vueltas en el cielo de Sin City. Mi vértigo es el miedo a no poder vencer el extraño deseo de saltar al vacío. En este caso, no era necesario saltar, sólo dejarse caer, pero tras el primer minuto de infinita tensión pudimos disfrutar del espacio bajo nuestros pies y la vista más allá. Valió la pena todo el sufrimiento los minutos previos, pero tampoco voy a presumir de valiente, no volvería a hacerlo.

En lo que respecta al clubbing, la noche del estado de Nevada no es muy diferente a la de California, aunque más frenética y alocada a pesar de que los clubes cierran mucho más tarde. La amiga de la chica casada que conversaba conmigo el viernes noche le pidió a un vaquero con sombrero de cowboy que hiciese "algo" al respecto. Jota estaba en medio, y recibió un empujón y algunas amenazas del tipejo borracho en cuestión. No llegó la sangre al río, principalmente porque no nos gusta pelearnos y el día del rodeo en la ciudad, con todos los clubes llenos de tipos con sombrero, no es el mejor para pegarse con un vaquero. Si hubieran sabido que yo también hice de cowboy antes de cumplir los 9 años, no echándoles el lazo sino paseando vacas, tal vez nos hubiera tratado mejor...

Sin City, donde la ruleta nunca deja de girar, donde Elvis se casa a diario con su prometida del día anterior, donde hay mesas de apuesta mínima de 1.000 dólares, donde el desierto se convierte durante unos kilómetros en paraíso del vicio... Si algún día vuelvo prometo escribir de nuevo sobre ella.