viernes, febrero 24, 2006

Haciendo y deshaciendo la maleta

Por enésima vez en un corto período de tiempo me encuentro a mí mismo a punto de hacer de nuevo la maleta. Mañana me voy a Cádiz, a pasar los Carnavales en el Sur, espero que lejos de la lluvia y el mal tiempo de los últimos días en A Coruña y Vigo.

Vicente (Vincenzo o Cenzo para los amigos), un antiguo compa de piso con el conviví durante cuatro años, fue invitado hace muchos meses por Anita, antigua compa de prácticas de ambos en la carrera y amiga común, a pasar unos días en Cádiz, donde ella tiene una plaza de profesora de secundaria, para vivir la locura del Carnavale ("la carne vale") [wikipedia.org] en una de las ciudades españolas donde tiene más tradición. Yo no tardé mucho en apuntarme... La verdad, en cuanto me lo comentó me autoinvité aprovechando la confianza de tantos años compartiendo cocina, baños, pasillos, plato, mesa y mantel, papel higiénico...

Sobre el Carnaval de Cádiz os hablaré cuando vuelva, o seguramente al día siguiente, es decir, el próximo jueves, dentro de casi una semana. Me voy a pasar tres noches y casi cuatro días allí, me voy a disfrazar, voy a conocer un montón de gente y disfrutar como un enano del acento del Sur... Voy a tener mucho sobre lo que escribir.

Este post, no sé si muy largo o muy corto vistas las críticas/comentarios por la escasa longitud de mis historias recientes, y las también críticas/comentarios por la excesiva "densidad" y extensión excesiva de los anteriores, va sobre una sensación con la que me "topé" hace unos días en mi casa viguesa, justo antes de volver a mi nuevo piso coruñés, mientras pensaba en qué ropa y cachibaches metía en la maleta, además de muchas otras cosas. Esa sensación, bastante incómoda, es la de que estoy continuamente haciendo y deshaciendo la maleta, para irme a otro lugar o para volver a casa.

Cuando estaba de pie en medio de mi habitación de mi hogar del sur de Galicia, pensativo, calculando el espacio restante en mi juego de (2) maletas rojas, el cómo hacer un solo viaje al garaje incluyendo el portátil, dónde colgarme mi nuevo edredón nórdico de 220x200 (o "pongo a Dios por testigo que nunca más pasaré frío en la cama de mi nuevo piso coruñés, duerma solo o acompañado"), qué libros meter entre la ropa y cómo, cómo liar a mi mamaíta para que me doblará las camisas no arrugadas de por sí, dónde estaban las llaves de cada piso, si mi perro seguiría meándose por casa cuando yo volviese, cómo iban a salir de noche mis colegas vigueses sin alguien que les dijese dónde poner el listón...

Como decía, cuando estaba de pie en medio de mi habitación de mi hogar del sur de Galicia, de pronto, entre todos esos pensamientos, no muy relacionados los unos con los otros, ví mi habitación. Sí, de pronto la ví, cuando durante alternativas (Vigo-Coruña) semanas en los dos últimos meses no había más que dormido allí, de repente surgió ante mis ojos la realidad del espacio que ha albergado mi sueño durante más tiempo.

Esa realidad, cruel e incontestable, incluía cajas en las esquinas, las cuales ni siquiera sabía que contenían y estaba allí olvidadas desde que me fui a USA. Unos centímetros más allá, sobre las estanterías de libros segunda clase, sobre mi mesa de escritorio, algunos libros que merecerían ser releídos y otros muchos que directamente echaría a un contenedor de papel, se apelotonoban desordenadamente, en un débil equilibrio, desafiando la Ley de la Gravedad y amenazando con desplomarse cual castillo de naipes. En los cajones, artilugios de todo tipo que se habían ido amontonando con los años, papeles, recortes de periódicos, revistas del instituto, fotos de viajes de cuando las cámaras digitales no existían... El armario, al otro lado de ese espacio cuadrangular, con ropa colgada que llevaba siglos abandonada, y mucha otra en el fondo del mismo, olvidada desde hacía un tiempo y sin embargo presente en muchas de mis fotos en mi aventura yankie.


Aquella noche, en aquel preciso instante, cuando estaba de pie en medio de mi habitación de mi hogar del sur de Galicia, me dí cuenta de que los espacios donde vivo son un caos. Hace tiempo que no deshago del todo mis maletas, ante la amenaza de volver a tener que doblar de nuevo las camisas y demás poco tiempo después. Vivo con la sensación de que me voy a ir a cualquier otro lugar antes de darme cuenta, en parte por las infinitas mudanzas de mi época universitaria, en parte por mi viaje a USA, en parte por lo mucho que me gusta viajar y moverme de un lado al otro, en parte por mi obsesión por sumar nuevas personas y relaciones sociales a mi base de datos de experiencias...

Lo cierto es que ahora mismo no sé si me gusta esta sensación, y tampoco quiero pensar en ello, sobre todo el día antes de poder disfrutar de una de las mejores fiestas y jolgorios del Carnaval. Cádiz me espera. Os dejo, tengo que hacer la maleta...

martes, febrero 21, 2006

De parejas y hogares

Al leer el título, alguno podría imaginar erróneamente que voy a escribir sobre los amigos que se han ido a vivir recientemente con su moza, como Xavi, Loren o Bouzadita, pero va a ser que no. Ya tienen bastante con lo de acostumbrarse al brazo que sobra cuando se duerme acompañado.

Voy a contaros algo sobre mis aventuras con mi nuevo piso coruñés, porque sí, ya tengo piso! Desde el sábado pasado he vuelto a ser un tipo independiente, con piso propio, en esta ocasión para mí solito. En resumen, ya tengo nuevo hogar, alquilado, en A Coruña.

De parejas y hogares:

- Leche semidesnatada y bote de Cola-cao, sin taza
- Botella de Mencía de 5 €, sin sacacorchos
- Franciscanas frías y vaso alto, sin utensilio "saca-chapas" (cuál es su nombre?)
- 2 Pizzas cuatro quesos "Casa Tarradellas", sin horno
- Latas de bonito en aceite de oliva en oferta, sin abrelatas
- Lavavajillas marca "ElMás", sin estropajo
- Un juego de 24 cubiertos de "Zara Home", sin platos
- Leche para los cereales, sin cereales
- Champú y gel, sin agua para ducharse
- ...

La lista es interminable. Cómo es posible pensar en un hogar sin tener en cuenta las parejas inseparables de cualquier hogar? A quién se le ocurre comprar el lavavajillas y no el estropajo? Y olvidarse los platos? Pero que más da, si no tenía agua y no podía cocinar! Por eso no compré cacerolas, sartenes, aceite, azúcar, sal... Me hubiera comido las pizzas cuatro quesos sobre una tabla y hubiera abierto las cervezas con los dientes... y dale, pero si tampoco tenía horno!

Claro, recogí las llaves de mi nuevo hogar el sábado por la tarde, y al ir de compras me preocupé más por el color de las sábanas (próximo post), la botella de vino, las cervezas y los vasos anchos que por cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, quién necesita cocinar, comer en un plato, fregar, desayunar o ducharse? Soy un tío soltero y sin compromiso, por favor, esas cosillas no son una prioridad...


Alguien se estará preguntado qué hice el domingo, si me duché, si desayuné, si comí, si volví a salir de casa sin llaves... Pues la verdad, tras salir de pendoleo el sábado noche, dormí en casa propia sin pasar demasiado frío, me duché en casa ajena y también me invitaron a comer. Explicar dónde y con quién sería demasiado largo y se escapa del objeto de esta historia, además de tener menos interés del que podría parecer a priori.

Lo importante, queridos visitantes, asiduos o esporádicos, de mi blog, es que esta breve historia os sirva de recordatorio para no olvidar cuáles son algunas de las parejas básicas al estrenar hogar.

lunes, febrero 20, 2006

Las 6 de la mañana...

He estado tres días en Málaga por trabajo, algo de lo que nunca hablo aquí, entre otras cosas porque ya tengo otro blog para ello que dentro de unos días linkaré también a éste. El estar varios días en otra ciudad, conociendo gente, compartiendo experiencias y demás da para mucho escribir, pero como no quiero extenderme demasiado, me limitaré a contar despistes, algo tan característico en mí como el Puente de Rande en Vigo o La Torre de Hércules en Coruña.

Para llegar a Málaga el miércoles a una hora decente, tuvimos que levantarnos a las 6 de la mañana. Llegamos al aeropuerto sobre las 7 y pasamos poco después control de metales. Antes de subir al avión, me dí cuenta de que Chema llevaba un bulto colgando del brazo y yo iba muy ligero:
- Javi: "Me cago en...!"
- Chema: "Qué pasa Javi?"
- Javi: "El portátil!"

Nada grave, bajé de nuevo las escaleras y lo recuperé. Los guardias civiles estaban algo sorprendidos porque hubiera recordado coger el cinturón y no el portátil, pero lo guardaron bien los 5 minutos que se quedó allí. Fue un mero despiste, normal, me había levantado a las 6 de la mañana...

Al llegar a Málaga, tras la conexión en Madrid, nos dirigimos a la cinta de equipajes. Allí, mientras esperábamos, me encontré con un amigo que trabaja en Telefónica. Empezó a preguntarme sobre mi viaje a USA, sobre las yankies y sus costumbres danzando.... Como soy un tipo alegre y dicharachero, me lié a relatar historias y quedamos en compartir taxi para seguir de charla. Salimos, nos dirigimos a la parada y:
- Javi: "La madre que...!"
- Chema: "Qué pasa Javi?"
- Javi: "Mi maleta!"

Con tanta cháchara y recuerdos de bailes y acento nasal de féminas yankies, me había olvidado el motivo para estar junto a la cinta de equipajes, es decir, recoger mi maleta. Como antes, ví a Chema con más bultos que yo y volví a la luz desde mi feliz mundo de javiSiempreJamás.

Al intentar entrar, a la carrera, en la zona de recogida de maletas, un amable policía me paró en seco para indicarme el camino correcto. Tras un rato de explicaciones y muestra del billete, el cual había conservado milagrosamente, más otro buen rato más buscando "mi cinta", conseguí localizar una solitaria maleta roja. Otro mero despiste, normal, me había levantado a las 6 de la mañana...

Como en todo congreso que se precie, la última noche es de obligada juerga nocturna, y nos juntamos unos cuantos para conocer la ciudad malagueña cuando el Sol ya se había ido para alumbrar otros mundos. A las 6 de la mañana estábamos en el último pub:
- Javi: "Seré...!"
- Chema: "Qué pasa Javi?"
- Javi: "Joder, la chaqueta!"

Pues nada, como mandan los cánones del buen despistado, al entrar en el local había dejado la chaqueta en cualquier lugar. Tras un buen rato, ya en una planta distinta (la anterior estaba ya cerrada), y tras hablar con los camareros, me abrieron la puerta del anterior espacio para comprobar que mi chaqueta se había ido antes que yo. El problema, en esta ocasión, es que no se había ido sola, y ya no volvió... Me quedé sin chaqueta, retales cosidos de cuero negro que me habían acompañado durante 7 años. Otro despiste, normal, eran las 6 de la mañana...

Pero, a ver, a quién quiero engañar? Probablemente no a mí mismo, porque sé perfectamente que no son las 6 de la mañana el motivo de mis despistes. El sábado, ya en Coruña, empecé la tarde confundiéndome de garaje (no de plaza, sino de garaje) y seguí, pocas horas después, saliendo de mi nuevo piso coruñés con las llaves que no eran (alguien ha escuchado lo de abrir puertas con tarjetas? pues sí, sí se puede)...

Soy un tipo alegre, optimista, casi totalmente feliz, pero vivir en el mundo de javiSiempreJamás tiene sus problemillas. Cuando vuelves a la realidad, pueden faltarte cosas, estar en garaje ajeno, de puertas afuera...

jueves, febrero 16, 2006

Lo peor y lo mejor de mí

En cuanto a cómo me relaciono socialmente:

Lo peor de mí, probablemente, es que siempre digo lo que pienso.

Lo mejor de mí, sin duda alguna, es que siempre digo lo que pienso.

sábado, febrero 11, 2006

El chirimbolo y mi PFC

Casi todo el mundo sabe que estudié en la Facultad de Informática de Coruña y que soy un Ingeniero en Informática sin proyecto, no de vida, sino de fin de carrera. En nuestra jerga de frikies con gafas de pasta y camisetas de monstruítos, todo lo arreglamos con siglas, por lo que simplemente podría decir: soy un II de FIC sin PFC. Es más eficiente en cuanto a espacio en el papel y saliva en lo oral, pero algo difícil de entender para aquellos que habláis con palabras y no con letras mayúsculas.



Entre los millones de leyendas urbanas que circulan por Internet y los mentideros de cualquier facultad, existen una multitud de ellas relacionadas sobre cómo cierta gente consiguió terminar su carrera. Yo conozco alguna relacionada con entregas de PFCs y otras tantas sobre cómo aprobar un último examen. Hace pocos días, he tenido la oportunidad de constatar una muy popular y conocida: la leyenda urbana del chirimbolo.


Por chirimbolo, entendemos el auricular o similar conectado al móvil o walkie-talkie. El examinado en cuestión se las ingenia para ocultar el aparato en su oreja, posiblemente cubriéndolo con su cabellera, y se ayuda de un buen jersey de cuello alto para cubir el cable conectado al móvil en su cintura. Su cómplice le dicta las respuestas desde fuera del edificio y nuestro anti-héroe se limita a redactar al dictado.


Cuando decía que hace poco había comprobado la veracidad de esta tan popular historia para no dormir, era porque una amiga mía se ha valido de tal arte para dar por finiquitados sus estudios universitarios. No diré su nombre ni daré pistas, no vaya a ser que este mensaje en una botella llegue a las manos equivocadas a través del océano Internet. Simplemente, puedo contaros que los detalles de la operación “última asignatura” son tan rocambolescos, increíbles y divertidos como los de cualquier leyenda urbana ficticia.


A muchos os parecerá que mi amiga ha finalizado su carrera sin merecerlo. Ella tenía cierto sentimiento de culpa, pero yo, tipo honesto y recto donde los haya, he creído adecuado consolarla recordándole la imagen de Bush en uno de sus discursos de camino a la presidencia de USA. Si un candidato a presidente utilizó el método del chirimbolo como medio para llegar a gobernar Yankilandia, la falta de amiga es menor, casi inapreciable diría yo.


Estoy seguro de que todos vosotros recordáis el “alien” que llevaba George W. Bush [wikipedia.org] bajo la chaqueta durante aquel discurso, así como el chirimbolo en su oreja. El pobre no tenía el pelo largo para ocultarlo, ni pudo utilizar la táctica del jersey flojo de cuello alto debido al protocolo de chaqueta y corbata. Muchos pensarán que alguien le estaba dictando el discurso y él se limitaba a responder, pero yo creo que sería cualquier otra cosa: carrusel deportivo o un teléfono erótico son opciones mucho más probables para mí.


Al fin y al cabo, nuestro querido amigo finalizó sus estudios universitarios en Yale, una de las más prominentes universidades americanas. Por lo cual, con seguridad es perfectamente capaz deprestar atención al pí-pí-pí de los goles o los gemidos de placer al otro lado del teléfono, y recitar al tiempo para las masas de forma grandilocuente.


En cualquier caso, por desgracia, un PFC de II en FIC exige algo más, no llega con dejarse el pelo largo, o ponerse peluca, y repetir cuál loro lo que otro dicta. Yo me he vuelto a matricular, por cuarta vez. En esta ocasión, confío en tener la voluntad para hacerlo y entregarlo, por lo que si me veis el día de la defensa ante el tribunal con unas recién estrenadas greñas hasta la cintura, consideradlo un simple e inocente cambio de look.

lunes, febrero 06, 2006

175 mililitros

Hace una semana conseguí por fin convencer a alguien para que me acompañase a donar sangre. No me gusta ir solo, principalmente porque en ocasiones me mareo, y confío en mi acompañante para llevarme sano y salvo a casa después de compartir algo de salud. Hacía ya un año y medio desde la última vez, el 21 de junio del 2004.

El riesgo evidente de ir a donar con otro donante, cuando el menda tiene una alta posibilidad de marearse, es que esa otra persona también sea susceptible de caer abatido ante la falta de volumen en sus venas. En esta ocasión, sus poco más de 50 kilos de peso imposibilitó a mi amiga ceder líquido rojo a otros. Así, la vuelta a casa estaba asegurada.

No me hacen gracia las agujas. De hecho, las odio o, mejor dicho, las temo más allá de lo razonable, es decir, les tengo fobia. Más aún, si las veo clavadas en mi cuerpo, empiezo a sentir una presión muy desagradable en la boca del estómago, sudores fríos y dolores en torno a la zona punzada. Tras pocos segundos, mi color de piel, muy cercano al blanco leche los inviernos alejados de California (todos menos éste), se vuelve aún más blanco. En resumen, preaviso a los amables enfermeros y enfermeras del hospital de turno de mi perdida de conciencia. Un poco de alcohol bajo la nariz y mis piernes a mayor altura que mi cabeza resuelve la situación, manteniéndome despierto.

Normalmente, no me mareo ni sufro, si fuera así no donaría, aunque aquel día de 2004 sí pasó, y así se lo comenté tanto a mi amiga como a los enfermeros/enfermeras, por si se repetía. Esta vez no me mareé, me sucedió algo que jamás me había ocurrido.

Tras 12 minutos con la aguja clavada en mi brazo derecho, en la bolsa de sangre sólo había 175 mililitros. A ese ritmo, necesitaría unos 20 minutos más para finalizar la donación, por lo que la pararon y nos mandaron a casa.

Según la enfermera, estaba demasiado tenso, por lo que "empujaba" la aguja hacia fuera y mi sangre no quería salir. Personalmente, creo que estaba bastante tranquilo. No me convenció su teoría.

Alguno de mis amigos sugería que la compañía me ponía nervioso, y no estaba a lo que tenía que estar. Como les dije, en todo caso mi corazón latiría más deprisa y habría llenado la bolsa en 2 minutos, no en 35, como los que hubiera necesitado.

Mi opinión es que la enfermera, aunque muy amable, tenía algún defecto en la vista o un mal día, e hizo el agujero del sangriente surtidor a través de mi piel lejos de la tubería adecuada. Difícil, teniendo en cuenta lo visible de mis azules canalizaciones.

Siento no haber podido dejar más de mi sangre allí. Si la alegría fuese contajiosa por vía sanguínea, alguien se hubiese beneficiado de alguna de la que yo disfruto últimamente.

Habrá otras ocasiones, seguro no lejanas en el tiempo, y cualquier voluntario o voluntaria acompañante será invitado/a unos pinchos en el coruñés Recuncho de Maite, o en un lugar similar vigués en caso de producirse en mi hogar del Sur.

Sé lo mucho que os gusta regalar algo de vuestra sangre. Por favor, todos a la vez no, uno/a a uno/a...